Nació en Portachuelo, comunidad de Riosucio enmarcada en el Resguardo Indígena de Cañamomo – Lomaprieta. Desde su infancia su madre, Florinda Vargas, se sentaba con ella y con su hermana Graciela en el pequeño taller de la casa y les enseñaba con mucha paciencia y amor a amasar el barro ancestral para fabricar las callanas, ollas y cazuelas, candeleros, sahumadores, fruteros, tinajas, fogones de carbón, macetas, etc.
Cuenta doña Radiela que antiguamente la región de Portachuelo era profusa en familias que trabajaban la alfarería pero que con el paso del tiempo fueron desapareciendo y en el presente la familia Ladino Vargas es la única que se dedica a esta ancestral labor de materializar los sueños a través de la arcilla. Asegura que es conveniente y necesario que el Resguardo Indígena de Cañamomo – Lomaprieta fomente la creación de una escuela de alfarería para que los niños, jóvenes y adultos de la comunidad conserven esta hermosa tradición y no permitan que desaparezca, ya que es un patrimonio cultural riosuceño de gran trascendencia.
Todo un proceso
Muchas personas creen que la alfarería es un trabajo fácil, pero no lo es, requiere de un proceso organizado que comienza con la recolección del barro o arcilla en unas minas localizadas en lo alto del cerro de Portachuelo que se transporta en estopas y canastos para ponerlo al sol y esperar que se seque completamente; luego se muele y se vuelve polvo para extraerle cualquier imperfección que pueda tener como piedritas; después se guarda en un lugar fresco y seco, se le aplica un poco de agua y se deja listo para moldearlo según las figuras que se quieran fabricar. Durante la semana se arman las figuras y el día jueves, en un fogón de argamasa y alimentado con leña para aumentar el calor gradualmente, se cocinan.
Las callanas, ollas y utensilios deben recibir sol y sombra alternados para que tengan una firmeza suficiente y soporten las altas temperaturas, Doña Graciela Ladino vende los domingos en Supía y doña Radiela los sábados en la plaza de mercado de Riosucio.
Para Radiela es muy gratificante que sus vasijas sean compradas y llevadas a otras ciudades para obsequiarlas y disfrutarlas. Señala que unas arepas asadas en callana o un sancocho de gallina cocinado en una olla de barro tienen un sabor especial que solo se degusta a partir de esta tradición tan bella de nuestro Riosucio.
También enseña
Doña Radiela ha ofrecido talleres en escuelas y colegios del municipio y también ha viajado a otras ciudades con muestras representativas de la alfarería riosuceña. Para ella es vital que el barro siga iluminando la artesanía como patrimonio tangible de la tierra del Ingrumá.
La señora Radiela dice que su madre la llevaba a la plaza de mercado desde que tenía 7 años, afirma que allí se crió porque está yendo desde hace más de 40 años. Siempre quiso seguir con la tradición de amasar el barro porque viene de 4 generaciones atrás, situación que le preocupa mucho porque no tiene hijos y ninguno de sus sobrinos ha querido seguir este arte, y hasta los entiende “la vida está muy dura y de esto ya no se gana nada y hay que conseguir la platica para vivir”, dice.
Tiene muy claro que cuando su hermana y ella falten hasta ahí llega esta tradición, además porque es un trabajo muy duro por todo el proceso que implica. Ella lo hace con mucho amor y dice que sería muy feliz si alguien le dijera que quiere aprender su oficio.
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